La bella cajera del bar
No sé
cómo, pero me vi allí sentado, en una mesa para uno, sosteniendo una copa de
whisky con una mano y con la otra un cigarrillo. Me vi allí y no sé cuándo,
pero sólo sé que estaba coqueteándole a la bella cajera del bar. Ella cada
tanto me sonreía haciéndome sentir matador y: ¡Dios! Cómo me subía el ánimo eso,
luego de haber terminado hace un par de horas los trámites del divorcio con mi
ahora ex esposa.
Ella,
la bendita cajera, me hacía sentir que la tendría entre mis brazos esa misma
noche y yo terminaba ya mi segunda copa de un whisky canadiense exquisito. Me
disponía a pararme y preguntar a que hora terminaba todo esto para irnos de ese
lugar cuando ella saca un arma desde debajo del mesón y apunta a un tipo que
estaba a lo lejos mientras otros dos hombres se paraban y apuntaban, uno a ella
y el otro al mismo hombre que ella apuntaba. El hombre, que estaba a lo lejos
del bar y que era apuntado por dos personas diferentes se levantó lentamente y
sacó dos armas también, apuntando a los dos tipos que se pararon antes que él.
Yo estaba a allí, como un burdo espectador de una obra a la que no quería
asistir, inmóvil y sin ideas.
La
cajera salió de su lugar y por de bajo de su falda tomó otra pistola, con la
que apuntó al tipo que la amenazaba a ella.
El
tipo solitario me miró. Vi en sus ojos su cero temor a la muerte o quizás era
resignación. Me guiñó un ojo. Miré a la cajera e hizo lo mismo y se acercó a
mí, gritó: “púdranse bastardos”, y disparó. La bella cajera de ese bar apretó
el par de gatillos sin titubear, rápida y tiernamente. Simultáneamente el
hombre solitario entendía el plan, él sabía que debía morir y disparó al tipo
que ella no disparó.
Tres
hombres murieron esa tarde. Un hombre perdió el miedo. Una mujer se convirtió
en la única mujer a la que podría llegar
a temerle en mi vida. Y dos personas tuvieron sexo descontrolado y sin
preocupaciones esa misma noche.
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